Un cuento del Zodíaco [1934]
“Ahora la tierra sobre la que vivían les daba alimentos en abundancia tenía muchas hierbas para la sanación, pero debían encontrarlas por sí mismos. ”
Cuando nuestro Señor, el Gran Hermano de la raza, se sumergió en el tiempo para que nosotros aprendiéramos otra lección del gran Libro de la Vida, el mensajero llegó todo brillante en las tinieblas de la noche, en el frío del invierno, cuando la vida física se retrae, y comandó la nueva revelación de otro aspecto del Amor que en el hombre se hacía demasiado fuerte para que lo pudiera soportar.
Pero los hombres estaban terriblemente asustados de la Luz y los Ángeles, de modo que en lugar de sentir alegría y felicidad, tuvieron que ser advertidos de no atemorizarse ante la Paz y la Benevolencia que vendrían a ellos. Ante estas nuevas, escucharon y doblaron sus rodillas, los ojos bajos, para asegurarse de la tierra segura que, ellos sabían, estaba bajo sus pies, pues sólo así se sentían seguros. Ahora la tierra sobre la que vivían les daba alimentos en abundancia tenía muchas hierbas para la sanación, pero debían encontrarlas por sí mismos.
Los sabios Hermanos de la raza que desde hace mucho tiempo habían recibido las jubilosas noticias de las estrellas sobre estas hierbas, esas verdaderas amigas del hombre, que contienen poderes para su curación, encontraron a los Doce Curadores a través de la virtud de los Cuatro Ayudantes.
Los Cuatro Ayudantes eran la fe en un mundo mejor que esperaban obtener algún día, ahora reflejado en la flamígera Aulaga (Corsé). La perseverancia del Roble albar (Oak) que enfrenta a todas las tempestades, ofreciendo cobijo y sostén a los seres más débiles. La voluntariedad de ser- vicio del Brezo (Heather), feliz de cubrir con su simple belleza los espacios azotados por el viento,y los puros manantiales que surgen de las rocas (Rock Water), trayendo brillantez y refresco a los heridos y contusos tras la batalla
Obras completas del Doctor Bach, Capítulo III, Julian Barnard, Ed. Océano, pag, 12.
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